El Lobo Estepario

Hesse nos presenta en esta obra un atrevido y concienzudo análisis sobre las profundidades de la psyché humana. El planteamiento inicial y que da nombre a la obra, incide en el hecho de la existencia de una dualidad espiritual en los seres humanos, un lobo y un hombre coexistiendo y bregando eternamente por tomar el control del cuerpo y los actos, representando uno el lado racional y social y el otro el lado instintivo, individualista y antisocial del ser humano. Esta división entronca con la tradición platónica y su mito del carro alado tirado por dos caballos como alegoría del alma humana, visión que se repite en diversos ámbitos culturales a lo largo de la historia hasta nuestros días, viéndose retazos de ellos en la teoría freudiana del Ego, el Superego y el Id. Hesse elabora su análisis sobre la base de un metarrelato. La obra se presenta como un relato mágico de un narrador no fiable descubierto y reproducido por otro narrador fiable que estuvo en contacto con el primero, aprovechando a este para contextualizar e introducir la temática y los personajes.
Harry Haller, el protagonista del metarrelato, es un hombre extraño y errante, educado y atraído por la ordenada e inmaculada vida burguesa pero a la vez con un comportamiento instintivamente distante y fuera de lugar, como un lobo disfrazado de oveja. El personaje hace aparición como huésped en la casa de la tía del protagonista del relato superior, quien observa los detalles idiosincráticos que provocan la sensación de que este no encaja en el contexto social en el que aparentemente desea ubicarse, relatando sus impresiones sobre las escasas interacciones que mantienen ambos. Repentinamente, desaparece un día dejando atrás su relato. A consecuencia de ello, el protagonista del relato superior, puede dirigirse al público e introducir la historia de Harry Haller.

Haller se nos presenta como el arquetipo de intelectual desencantado del período de entreguerras. Como el Fausto de Goethe, Harry pretende alcanzar la comprensión sobre la vida y su significado, pero donde Fausto vende su alma al Diablo para lograrlo, Harry se encuentra sumido en un mundo en el que Dios y el Diablo han dejado de existir. Casandra de su tiempo, Harry ha sido desterrado de la sociedad por su yerma oposición a la corriente de masas que, impregnada de fanatismo nacionalista y pasión insensata, llevará a Europa a un segundo Apocalipsis.  En su condición de paria, vaga por su tierra mientras se debate entre su deseo de formar parte de la burguesía, frívola y superficial, que lo ha rechazado, y el espíritu indómito y apasionado que halla en su interior e identifica como un lobo. El ánimo de Harry oscila entre la autosuficiencia de saberse superior a la masa en su condición de lobo y el deseo de quitarse la vida, torturado por la ausencia de perspectivas, ambiciones y satisfacciones de una vida solitaria y sin rumbo.

Durante sus deambulaciones, Harry encuentra a un hombre anuncio de un teatro mágico, que le proporciona una obra titulada "El tratado del lobo estepario", que dirigiéndose a él, analiza sus tribulaciones, más profundas. Es en esta obra que comienza a vislumbrar la idea de que su naturaleza interior no es simplemente dual, sino que responde a una infinidad de rasgos y matices de su conducta que se expresan y combinan de formas diversas en el tiempo, siempre cambiantes, comenzando a derribar la barrera entre las irreconciliables naturaleza burguesa y lupina.

Durante un entierro, Haller coincide con un antiguo conocido, profesor, con el que mantenía interesantes discusiones intelectuales en el pasado. En su nueva condición, intenta evitar a toda costa retomar esta relación, que sabe desvirtuaría el recuerdo del pasado. No obstante, le resulta imposible zafarse y acaba encerrado en una situación que le irrita, al representar todos los males de la frivolidad burguesa: el profesor posee un busto de Goethe, con una representación edulcorada y romántica del admirado genio que choca con la versión apasionada y torturada de Harry. Esto, unido al descubrimiento de la opinión del profesor acerca de la deriva nacionalista (llegando a criticar un artículo del propio Harry sin saberlo), hunde su percepción del mismo y provoca su salida desairada y violenta de la casa, quemando los puentes de este último reducto de los recuerdos de Harry.

Desesperado, vaga evitando regresar a casa, donde sabe que sólo le espera el fin de sus días, pues es, en su opinión, la única salida posible a su situación, a pesar de que inconscientemente lo rechace y se resista. En ese momento, se dirige a un local, recomendado por el hombre anuncio, con el que ha vuelto a coincidir en el entierro y al que, como una remedada figura divina, Harry recurre en busca de salvación. Es en este local donde conoce a Armanda.

Armanda, cuyo nombre le es impuesto por Harry a modo de proyección de un querido amigo del protagonista (y que, como éste, es una proyección del propio Hesse), representa la contrapartida al espíritu torturado de Harry: es capaz de relativizar las desesperadas angustias, ofrecer un punto de vista desde la alteridad ante el obcecado egocentrismo de Haller, le enseña que la naturaleza no es dual, sino múltiple y donde estos aspectos no deben hallarse en conflicto sino en desarrollo conjunto. Por ello, le enseña a abrazar y disfrutar las frivolidades burguesas dotándolas de un sentido práctico pro sí mismas, dignificándolas. Como una proverbial madre, Armanda guía a Harry y sana su alma, sacándola de su aislamiento. Le introduce en un nuevo contexto social, donde los seres superficiales y despreciados por su naturaleza de lobo cobran nuevas dimensiones y significado, como ocurre con el saxofonista Pablo. Harry descubre las delicias sensoriales en las carnes de María y experimenta con sus límites personales mientras se enamora de la figura de Armanda. Esta, al conocerle, le confiesa que su pretensión es lograr que se enamore de ella para, al final, en un último acto de piedad, la mate con sus propias manos, revelando así su naturaleza igual a la de Harry.

Incapaz de concebir este desenlace, Harry se desenvuelve en este nuevo mundo de placeres, pero recelando aún y con un creciente y posesivo apego a Armanda. En este momento climático de la obra, Harry entra en el Teatro Mágico de Pablo, donde fuera del tiempo y el espacio, revisita todos sus amores y deseos perdidos,  en un proceso catártico, cada vez más surrealista e introspectivo que le lleva a encontrarse con una personificación de sí mismo. Este viaje metafísico culmina en la última puerta, tras la que se esconden Armanda y Pablo tras mantener relaciones sexuales; una proyección de los recelos más profundos del protagonista. 

Harry, cumpliendo supuestamente con el deseo de Armanda, le da muerte. Confundido y dolorido, duda sobre sus motivaciones, asemeja este final con el absurdo de su vida y recuerda otra experiencia similar, observada en la sublime obra de Mozart, quien hace acto de presencia en ese mismo instante. Mozart debate con Harry y le cuestiona sus motivaciones para con el acto que acaba de consumar, ¿cumplía el deseo de Armanda o estaba motivado por sus celos al hallarla intimando con Pablo?. Harry muestra de nuevo su faceta autodestructiva y, como Mozart la define, patética. Con agudos comentarios, le demuestra el absurdo de su excesivamente grave y nefasta visión de la existencia. Y es que la modernidad no es la profanación de un arte y belleza pasados, idílicos y sagrados, sino un nuevo enfoque y la apertura de nuevos caminos. La visión romántica y trágica de la vida la lastra con esa necedad idealista que impide vivir realmente. Esa necedad es el lobo estepario, que debe ser batido para volver a entrar en el juego de la vida. Hay que acostumbrarse a vivir y aprender a reír ante las eventualidades, pues como dice Mozart, otra cosa, no se nos exige.

Comentarios

Entradas más populares