Trump y los peligros del populismo

[Artículo publicado en mi columna de  opinión en el Diari Millars el 22 Noviembre 2016]

El triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales plantea una serie de reflexiones acerca de la deriva irracional de la opinión pública. En esta misma columna, cuando hablábamos de Walter Lippmann y su pesimismo acerca de la capacidad crítica de la opinión pública a la hora de procesar la información relevante para la toma de decisiones, ya sospechábamos que este resultado era más que probable. En el contexto de un mundo todavía azotado por la crisis económica, el discurso populista de Trump ha sido la mecha capaz de prender los miedos y recelos de la población estadounidense. Así pues, cabe analizar qué factores inciden en el inusitado éxito de esta figura polémica y excéntrica que ha desestabilizado el panorama político mundial. Aunque pueda sorprendernos este resultado, el auge de figuras mediáticas con un mensaje simple, poderoso y liberador es una constante a lo largo de nuestra historia. Las diferencias son pocas y meramente cosméticas, variando tan sólo en base a la percepción mayoritaria en el contexto y el lugar de una serie de conceptos que ahora describiremos. En primer lugar, el enemigo. Siempre ha de existir una clara diferenciación entre "los nuestros" y "los otros", no valen las medias tintas. El populismo requiere de la más intensiva reducción maniquea para que el discurso sea fácilmente comprensible y adoptado. Este sistema alcanza su máxima efectividad si se puede definir un enemigo interior además de uno exterior. Para Trump, el enemigo exterior es el terrorismo islamista internacional, y el interior una clase política elitista, endogámica y alejada del pueblo. Podemos encontrar un paralelismo evidente con las potencias de la entente, opresoras y humilladoras, y con la población judía, quintacolumnista y vil que desangraban desde fuera y dentro al pueblo alemán del tercer Reich, según la retórica de su Führer. En segundo lugar, el conflicto. Este debe estar planteado con claridad y simpleza y sobre todo, ha de estar cargado de apelaciones sentimentales para disfrazar las falacias que cualquier análisis racional podría tumbar con facilidad. En el caso que nos ocupa, Trump atribuye la recesión económica y el desempleo en EE.UU. a la deslocalización de la producción y a la competencia de los trabajadores inmigrantes. Sin entrar en la complejidad real de estas implicaciones y la dudosa causalidad, salta a la vista cómo este mensaje puede calar en los afectados, cegados por los halagos y la heroica imagen que de ellos se transmite como inmerecidas víctimas de los designios de otros. Este es un detalle importante que nos lleva al tercer elemento: el culpable de la desgracia. Nunca jamás la culpa o parte de ella ha de ser asumida por los destinatarios del discurso: el enemigo arriba mencionado debe asimilar toda la culpabilidad. De este modo, la ira y la frustración hallan un foco claro y meridiano. Todo cobra sentido, ya que el receptor siente que se valida su convencimiento íntimo de que él no ha hecho nada malo y ha sido víctima desamparada de unas fuerzas superiores y malvadas; y este es otro detalle crucial: el culpable no puede ser alguien, sino algo. No puede tener un rostro definido, humano y complejo. Debe ser una caricatura de sí mismo, una masa amorfa caracterizada sólo por una serie de rasgos negativos. De este modo no hay forma de que accidentalmente pueda igualarse a la categoría de la víctima y cobrar una nueva dimensión. Así pues, tenemos unas pobres víctimas asediadas por un enemigo inhumano, desesperadas por hallar la salvación, que llega por medio del líder y guía que aporta la solución. Nuevamente, esta solución es sencilla, clara, directa y sin discusión. Los argumentos racionales se sustituyen por grandilocuentes, encendidas y lacrimógenas apelaciones a los sentimientos de orgullo personal y patrio. No importa que las consecuencias a largo plazo puedan ser impredecibles o desastrosas, desde la óptica personal del afectado, la solución es clara, directa, sencilla y no resulta sospechoso que a nadie antes se le ocurriese llevarla a cabo. La deportación de inmigrantes, los aranceles y el proteccionismo, son armas de doble filo como cientos de precedentes nos han enseñado, pero a los ojos del populista, sólo hay un resultado posible, el que él afirma. En conclusión, nos enfrentamos a una época en la que el pánico a la desgracia personal y la falta de racionalidad y de la correcta formación e información, pueden poner en peligro el edificio común que tantas generaciones se han esforzado por construir. Como ovejas en desbandada, ahora somos más vulnerables al ataque de los lobos.

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